Tengo un sueño en el parabrisas, envuelto en llanto, reclamando poder entrar. Quiero parar quiero abrazarlo y enjuagar sus lagrimas pero el semáforo impetuoso aun sigue verde como los arboles en primavera, como un fruto agrio que aun no tiene edad. y cuando llega la noche, y quiero escapar, la luna me castiga silenciosa, me marca limites y me obliga a un receso cotidiano, como un artefacto eléctrico que debe reposar, mientras recargan sus baterías en un desgastado enchufe de pared, para luego continuar en su linea, cumpliendo las funciones que se le imponen. Y despertar, sin sonreír, sin actuar. Estar sin estar. Corriendo por la vida, acelerando frente a los impulsos, con un sueño en el parabrisas...
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Llamémose eterna inconformista, quejica, insaciable, inadaptable, descentrada, incompatible con el mundo que me rodea, con el aire que respiro, con los ojos que miro, con los labios que beso. Con las sensaciones, con las emociones, con las ilusiones, con los sentimientos. Con el deber, con el tener que, con los pensamientos, con los ideales. Las conversaciones, los chistes, las discusiones. Los domingos, los lunes, los sábados en los que no pasa nada, nada nuevo, nada sorprenderte, alucinante, acojonante. Nada que me saque de mis casillas, que me haga temblar, que me erice la piel, que me someta, que me esclavice al mas puro placer, deseo, pasión. Pasión por este mundo, por esta vida que me anestesia, me insensibiliza, me asfixia, que me obliga a vivir anclada por siempre a mis sueños.